El problema NO SON las redes sociales…

Creo que el mayor problema que enfrentamos los creyentes con las redes sociales, es que no somos capaces de asimilar y admitir que estas pueden convertirse en un ídolo. Esto va al centro del problema espiritual que muchos creyentes enfrentan sin darse cuenta: hemos hecho de lo digital un terreno neutral cuando en realidad es profundamente espiritual. Como dice Elyse Fitzpatrick, el corazón humano siempre está buscando algo que adorar, y si no estamos adorando a Cristo, entonces estamos adorando otra cosa, muchas veces sin notarlo.

Las redes sociales son un campo fértil para la idolatría precisamente porque tocan tantas fibras de nuestra carne: la validación, el control, el entretenimiento, el reconocimiento, el deseo de ser vistos, amados, necesitados, admirados. Cuando una publicación que hacemos define nuestro estado de ánimo. Cuando un número (de likes, views o seguidores) puede levantarnos el ánimo o arrastrarnos al abismo. Cuando pasamos horas mirando la vida de otros para escapar de la nuestra. Todo eso ya no es neutral. Es idolatría disfrazada de “tiempo libre”.

Romanos 1:25 dice que los hombres “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y honraron y dieron culto a las criaturas antes que al Creador”. ¿Qué son los “followers” sino un reflejo de cuánta gloria buscamos de los hombres en vez de Dios? ¿Qué son los reels si no el eco de una necesidad constante de entretenernos para no enfrentar el silencio donde Dios podría hablarnos?

Pero aquí está la esperanza: si el corazón fabrica ídolos, también puede ser reorientado por la gracia para fabricar adoración. El mismo celular que me distrae puede ser el instrumento que me conecta con la Palabra, que me impulsa a orar por alguien, que me mueve a compartir verdad, a animar a una hermana, a recordarle a otros que su identidad no depende de lo que publican, sino de quién los llamó.

No se trata de abandonar las redes, sino de redimirlas. Y para eso primero hay que nombrar el pecado. Si no reconocemos la idolatría, nunca clamaremos por libertad. Pero si somos lo suficientemente humildes como para admitir que hemos adorado el algoritmo más que a Cristo, entonces ahí mismo puede comenzar la transformación.

Siguiente
Siguiente

Más allá de las circunstancias